Reflection by: Fr. Alberto Bueno, T.O.R.
Sisters and Brothers, as we celebrate Our Lord Jesus Christ, King of the Universe, the last Sunday of the liturgical year, the question arises, how is our Lord King of the universe and how does He reign? Psalm 47:5 is sometimes translated as “God mounts His throne to shouts of joy,” but Christ’s throne is the Cross! A few verses before our Gospel passage from Saint Luke, in Gethsemani, amid his own agony, Jesus is teaching us how to respond to violence and persecution (“Stop, no more of this!” cf Luke 22:49-51), put away your weapons! Saint Athanasius of Alexandria once said, “Christians, instead of arming themselves with swords, extend their hands in prayer.” At Golgotha Jesus freely chooses to lay down his life and allows himself to be crucified. He chooses to end the cycle of violence by offering forgiveness instead. To the criminal next to him Jesus extends mercy in the midst of his own pain. From the very depths of poverty Christ refuses to transfer his pain onto another. The witness of this King’s example defies earthly logic. Yet in our own suffering and pain, sin and anxiety, we are given a very unique access to the heart of Christ the King, whose poverty is displayed as he is lifted up on the cross. The evil of this world does not have the final word. From the throne, the King communicates his vision for the kingdom in which suffering is no more. Mercy triumphs, and death is defeated! It is no wonder that many martyrs, facing their death have always cried out: Long live Christ the King!
Hermanas y hermanos, al celebrar Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo, el último domingo del año litúrgico, surge entonces la pregunta: ¿cómo es nuestro Señor Rey del universo y cómo reina? El Salmo 47:5 a veces se traduce como “Dios asciende a su trono entre gritos de júbilo”, ¡pero el trono de Cristo es la Cruz! Unos versículos antes de nuestro pasaje del evangelio de san Lucas, en Getsemaní, en medio de su propia agonía, Jesús nos enseña cómo responder a la violencia y la persecución (“¡Basta ya de esto!” vea Lucas 22:49-51), ¡guarden sus armas! San Atanasio de Alejandría dijo una vez: “Los cristianos, en lugar de armarse con espadas, extienden sus manos en oración”. En el Gólgota, Jesús elige libremente entregar su vida y permite ser crucificado. Elige poner fin al ciclo de violencia ofreciendo el perdón. Al criminal que está a su lado, Jesús le extiende misericordia en medio de su propio dolor. Desde lo más profundo de su pobreza, Cristo se niega a transferir su sufrimiento a otro. El testimonio del ejemplo de este Rey desafía la lógica terrenal. Sin embargo, en nuestro propio sufrimiento y dolor, pecado y ansiedad, se nos concede un acceso único al corazón de Cristo Rey, cuya pobreza se manifiesta al ser alzado en la cruz. El mal de este mundo no tiene la última palabra. Desde el trono, el Rey comunica su visión del reino donde ya no existe el sufrimiento. ¡Triunfa la misericordia y vence la muerte! No es de extrañar que muchos mártires, al enfrentarse a la muerte, siempre hayan clamado: ¡Viva Cristo Rey!
