Reflection by: Fr. Alberto Bueno, T.O.R.
My dear Sisters and Brothers, Happy Feast of the Exaltation of the Holy Cross! This celebration commemorates the finding of the true cross on this date (September 14) in the year AD 320 by Saint Helena, the mother of Emperor Constantine. Today the place is enshrined in the Church of the Holy Sepulchre in Jerusalem. This date also marks the dedication of this same basilica in the year 334. Theologically we remember that it is by the wood of the cross that the Lord Jesus Christ brought about our salvation. As Saint Paul writes in our second reading (Phil. 2:6-11), “(Christ) emptied himself, taking the form of a slave… he humbled himself, becoming obedient to the point of death, even death on a cross.” In this outpouring of self, Christ gave us all His love, which is THE sign of the depths of God’s love for all humankind, indeed for all God’s creation. God, in Christ, the divine Son, poured out all of God’s love that we might turn ourselves back to God! In doing so the instrument of our salvation, this terrible tool of torture and death, is itself transformed into the Tree of Life and Throne of Grace. The Cross is a challenge to us. As Saint Oscar Romero once preached: “We have never preached violence, except the violence of love, which left Christ nailed to a cross, the violence that we must each do to ourselves to overcome our selfishness and such cruel inequalities among us. The violence we preach is not the violence of the sword, the violence of hatred. It is the violence of love, of brotherhood, the violence that wills to beat weapons into sickles (and plowshares) for work.” May we lift high the Cross, working to make present the kingdom of God by loving and caring for our neighbor, especially the neediest and most oppressed among us.
Mis queridos hermanas y hermanos, ¡Feliz fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz! Esta celebración conmemora el descubrimiento de la vera cruz en esta fecha (14 de septiembre) en el año 320 d. de C. por santa Elena, la madre del emperador Constantino. Hoy en día, el lugar está consagrado en la Iglesia del Santo Sepulcro de Jerusalén. Esta fecha también conmemora la dedicación de esta misma basílica en el año 334. Teológicamente recordamos que fue por el madero de la cruz que el Señor Jesucristo obró nuestra salvación. Como escribe san Pablo en nuestra segunda lectura (Fil. 2,6-11), “(Cristo) se anonadó a si mismo tomando la condición de siervo… se humilló a si mismo y por obediencia aceptó incluso la muerte, y una muerte de cruz.” En esta entrega de sí mismo, Cristo nos dio todo su amor, que es EL signo de las profundidades del amor de Dios por toda la humanidad, de hecho, por toda la creación de Dios. Dios, en Cristo, el Hijo divino, ¡derramó todo su amor para que volvamos a Dios! Al hacerlo, el instrumento de nuestra salvación, esta terrible herramienta de tortura y muerte se transforma en el Árbol de la Vida y el Trono de la Gracia. La Cruz es un desafío para nosotros. Como predicó san Óscar Romero: “Nunca hemos predicado la violencia, excepto la violencia del amor, que dejó a Cristo clavado en la cruz, la violencia que cada uno de nosotros debe hacerse a sí mismo para superar su egoísmo y tan crueles desigualdades entre nosotros. La violencia que predicamos no es la violencia de la espada, la violencia del odio. Es la violencia del amor, de la fraternidad, la violencia que quiere convertir las armas en hoces (y arados) para el trabajo.” Levantemos en alto la Cruz, trabajando para hacer presente el Reino de Dios amando y cuidando a nuestro prójimo, especialmente a los más necesitados y oprimidos entre nosotros.
