Reflection by: Fr. Alberto Bueno, T.O.R.
My dear Sisters and Brothers, last Sunday we heard Peter’s confession that Jesus is the Christ. This midpoint of the Gospel of Saint Mark begins a more intense time of teaching by Jesus of the Apostles; “The Son of Man is to be handed over to men and they will kill him, and three days after his death the Son of Man will rise.” The Apostles are still not understanding what the Lord is trying to teach and prepare them for. They end up having a discussion of who among them is the greatest… Jesus challenges them with His perspective on leadership in God’s kingdom. “If anyone wishes to be first, he shall be the last of all and the servant of all.” And the example that the Lord gives them is a child. Socially powerless, relying on their parents and other adults to care for them! But there is more to this. A child sees the world and everything (and everyone) in it with eyes of wonder and fascination. The curiosity of a child, though perhaps a bit unnerving at times, brings a fresh perspective of our world. We may be challenged by the questions and observations of a child, but if we try to see things through their eyes, we may begin to experience things from God’s perspective. This is what exasperates the wicked, as we read in our first reading from the Book of Wisdom today. God’s challenge to the status quo, revealed in the lives and words of the just, become a stumbling block to those who want to hold on to power, authority, social position, and riches. This is why James writes in our second reading that, “where jealousy and selfish ambition exist, there is disorder and every foul practice.” Yet God’s wisdom transforms us, if we cooperate with it, to live radically different lives; at peace, with gentleness, open to the will of God and the service to our brothers and sisters, living in mercy and producing good fruits for God’s kingdom. But there is a price to live this way, the Cross of Christ, which is the Cross of discipleship that we are asked to embrace and carry, following the Lord as He carries His Cross. We are invited to die to ourselves and live as Christ lived and continues to live in us and in the world.
Mis queridos Hermanos y hermanas, el domingo pasado escuchamos la confesión de Pedro que Jesús es el Cristo. Este punto medio del Evangelio de san Marcos inicia un tiempo más intenso de enseñanza por parte de Jesús de los Apóstoles; “El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; le darán muerte, y tres días después de muerto, resucitará”. Los Apóstoles todavía no entienden lo qué el Señor está tratando de enseñarles y para qué los está preparándolos. Terminan discutiendo quién de ellos es el más grande… Jesús los desafía con su perspectiva sobre el liderazgo en el reino de Dios. “Si alguno quiere ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos”. Y el ejemplo que les da el Señor es un niño. ¡Socialmente impotentes, dependiendo de sus padres y otros adultos para que los cuiden! Pero hay más en esto. Un niño ve el mundo y todo (y a todos) en él con ojos de asombro y fascinación. La curiosidad de un niño, aunque a veces un poco desconcertante, aporta una nueva perspectiva de nuestro mundo. Es posible que seamos desafiados por las preguntas y observaciones de un niño, pero si tratamos de ver las cosas a través de sus ojos, podemos comenzar a experimentar las cosas desde la perspectiva de Dios. Esto es lo que exaspera a los malvados, como leemos hoy en nuestra primera lectura del Libro de la Sabiduría. El desafío de Dios al status quo, revelado en las vidas y palabras de los justos, se convierte en piedra de tropiezo para aquellos que quieren aferrarse al poder, la autoridad, la posición social y las riquezas. Es por eso que Santiago escribe en nuestra segunda lectura que, “donde hay envidias y rivalidades, ahí hay desorden y toda clase de obras malas”. Sin embargo, la sabiduría de Dios nos transforma, si cooperamos con ella, para vivir vidas radicalmente diferentes; en paz, con mansedumbre, abiertos a la voluntad de Dios y al servicio de los hermanos, viviendo en misericordia y produciendo buenos frutos para el reino de Dios. Pero hay un precio por vivir así, la Cruz de Cristo, que es la Cruz del discipulado que se nos pide abrazar y llevar, siguiendo al Señor mientras Él lleva Su Cruz. Estamos invitados a morir a nosotros mismos y vivir como Cristo vivió y sigue viviendo en nosotros y en el mundo.